En junio de 1956, el peronismo derrocado nueve meses antes realizó
su primera tentativa seria de retomar el poder mediante una revuelta cívico-militar leal a Perón,contra la "Libertadora", llevada a cabo principalmente por los Generales Valle, Tanco y el Tte. Cnel. Cogorno.
La proclama firmada por los generales Valle y Tanco
fundaba el alzamiento en una descripción exacta del estado de cosas.
El país, afirmaba, “vive una cruda y despiadada tiranía”; se persigue,
se encarcela, se confina; se excluye de la vida cívica “a la fuerza
mayoritaria”; se incurre en “la monstruosidad totalitaria” del decreto
4161 (que prohibía siquiera mencionar a Perón); se ha abolido la
Constitución para liquidar el artículo 40 que impedía “la entrega al
capitalismo internacional de los servicios públicos y las riquezas
naturales”; se pretende someter por hambre a los obreros a la
“voluntad del capitalismo” y “retrotraer el país al más crudo
coloniaje, mediante la entrega al capitalismo internacional de los
resortes fundamentales de su economía”.
Dicho en 1956, esto era no sólo exacto: era profético. La
proclama de Valle estaba singularmente desprovista de hipocresía. No
contenía la habitual invocación a los valores occidentales y cristianos
ni los denuestos contra el comunismo, aunque tampoco pasaba por alto
el asalto a los sindicatos por “elementos reconocidos como agitadores
al servicio de ideologías o intereses internacionales”.
Frente a este análisis, la parte programática resultaba
endeble. Sacrificaba, quizás inevitablemente, el contenido ideológico
al impacto emocional. Proponía en suma un retorno crítico al peronismo y
a Perón a través de medios transparentes: elecciones en un plazo no
mayor de 180 días, con participación de todos los partidos. En lo
económico el programa contradecía típicamente la crítica previa, al
asegurar “plenas garantías para los capitales foráneos invertidos o a
invertirse”, etc.
La proclama ilustraba los dos aspectos que en aquellos
tiempos iniciales de la resistencia, caracterizaron al peronismo: una
obvia aptitud para percibir los males que sufre en forma directa en
cuanto fuerza popular mayoritaria; y una notable ambigüedad para
diagnosticar las causas, convertirse en movimiento revolucionario de
fondo y abandonar definitivamente al enemigo las consignas electorales y
las bellas palabras.
Por supuesto Valle actuó, y entregó su vida, y eso es
mucho más que cualquier palabra. La comprensión de su actitud es hoy
más fácil que hace diez años; será más fácil aún en el futuro; su figura
crecerá justicieramente en la memoria del pueblo, junto con la
convicción de que el triunfo de su movimiento hubiera ahorrado al país
la vergonzosa etapa que le siguió, esta segunda década infame que
estamos viviendo.
La historia del levantamiento es corta. Entre el comienzo
de las operaciones y la reducción del último foco revolucionario
transcurren menos de doce horas.
En Campo de Mayo los rebeldes encabezados por los
coroneles Cortínez e Ibazeta se han apoderado de la agrupación
infantería de la escuela de suboficiales y la agrupación servicios de
la 1ª división blindada; pero la ocupación de la escuela de
suboficiales fracasa después de un corto tiroteo y el grupo atacante
queda aislado.1
A las once de la noche un grupo de suboficiales se subleva
en la Escuela de Mecánica del Ejército, pero deben rendirse después
de un tiroteo.
En Avellaneda, en las inmediaciones del Comando de la
Segunda Región Militar, se producen dos o tres escaramuzas entre
rebeldes y policías. Éstos toman algunos prisioneros. Después irrumpen
en la Escuela Industrial y sorprenden al teniente coronel José
Irigoyen, con un grupo que pretendía instalar allí el comando de Valle
y una emisora clandestina. La represión es fulminante. Dieciocho
civiles y dos militares son sometidos a juicio sumario en la Unidad
Regional de Lanús. Seis de ellos serán fusilados: Irigoyen, el capitán
Costales, Dante Lugo, Osvaldo Albedro y los hermanos Clemente y
Norberto Ros. Dirige este procedimiento el subjefe de Policía de la
provincia, capitán de corbeta aviador naval Salvador Ambroggio.
Los tiros de gracia corren por cuenta del inspector mayor
Daniel Juárez. Con fines intimidatorios, el gobierno anunció esa
madrugada que los fusilados eran dieciocho.
En La Plata, una bomba lanzada contra una zapatería
céntrica parece ser la señal que aguardan los rebeldes para entrar en
acción. En el regimiento 7, el capitán Morganti subleva la compañía
bajo su comando. Grupos de civiles toman las centrales telefónicas. En
las calles céntricas, numerosos transeúntes estupefactos ven pasar
varios tanques Sherman, seguidos por camiones cargados con tropas que a
toda velocidad se dirigen al Comando de la Segunda División y el
Departamento de Policía. En éste hay apenas veinte vigilantes mal
armados. Ni el jefe ni el subjefe se encuentran en él. El primero está
revisando los muebles de don Horacio di Chiano, en Florida. El segundo,
dirigiendo la represión en Avellaneda y Lanús.
Va a comenzar la lucha más espectacular de toda la
intentona revolucionaria. Se dispararán alrededor de cien mil tiros,
según un cálculo oficioso. Habrá media docena de muertos y unos veinte
heridos. Pero las fuerzas rebeldes, cuya superioridad material es a
primera vista abrumadora en ese momento, no conseguirían ni el más
efímero de los éxitos.
Noventa y nueve de cada cien habitantes del país ignoran
lo que está pasando. En la misma ciudad de La Plata, donde el tiroteo se
prolonga incesantemente toda la noche, son muchos los que duermen y
sólo a la mañana siguiente se enteran.
A las 23.56 Radio del Estado, la voz oficial de la Nación,
deja de ofrecer música de Stravinsky y pone en el aire la marcha con
que cierra habitualmente sus programas. La voz del “speaker” se despide
hasta el día siguiente a la hora de costumbre. A las 24 se interrumpe
la transmisión. Todo ello consta en el Libro de Locutores de Radio del
Estado, en uso entonces, en la página 51, rubricada por el locutor
Gutenberg Pérez.
No se ha pronunciado una sola palabra sobre los
acontecimientos subversivos. No se ha hecho la más remota alusión a la
ley marcial, que como toda ley debe ser promulgada, anunciada
públicamente antes de entrar en vigencia.
A las 24 horas del 9 de junio de 1956, pues, no rige la ley marcial en ningún punto del territorio de la Nación.
Pero ya ha sido aplicada. Y se aplicará luego a hombres
capturados antes de su imperio, y sin que exista –como existió, en
Avellaneda– la excusa de haberlos sorprendido con las armas en la mano.
(Fragmento del Libro "Operación Masacre" de Rodolfo Walsh.)
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